Cada persona tiene un mundo de ensueño, una esfera infinita de posibilidades donde cualquier cosa imaginable puede convertirse.
Cada pensamiento, cada deseo, cada anhelo que se presenta en la mente humana es un signo de esperanza, un rayo de luz que ilumina la oscuridad de la realidad.
Y la crónica que escribí a continuación es un testimonio de que si hay un sueño en tu mente, se puede hacer realidad. ¡Espero que les guste!
La determinación de Ana
Ana era una niña nacida y criada en un pequeño pueblo de campo que siempre se sintió un poco fuera de lugar. Mientras sus amigos hablaban de matrimonios e hijos, ella soñaba con rascacielos y luces de neón. Quería vivir en la capital.
Las oportunidades en el pequeño pueblo eran limitadas. La gente solía decir que sus sueños eran demasiado grandes para un lugar tan pequeño. Pero eso no la detuvo. Sabía que si había un sueño en su mente, podría hacerse realidad.
Y así, con el corazón palpitante de esperanza y la mente llena de sueños, empezó a ahorrar. Trabajaba de día en la tienda de abarrotes de su tío y estudiaba de noche en un pueblo vecino.
Fue difícil, agotador, pero cada centavo ahorrado, cada página estudiada, acercaba a Ana un paso más a su sueño que estaba a punto de hacerse realidad.
Su paciencia y persistencia
Le tomó años, pero Ana ahorró suficiente dinero para su viaje a la capital. El pequeño pueblo parecía aún más pequeño en el espejo retrovisor del autobús, pero sabía que no dejaría atrás su hogar. Se dirigía hacia su sueño.
Cuando llegó a la gran ciudad, inmediatamente se sintió fuera de lugar. Los edificios eran mucho más altos de lo que imaginaba, la gente hablaba demasiado rápido y todo parecía tan confuso. Pero ella tenía un sueño y estaba decidida a hacerlo realidad.
Consiguió un trabajo en una cafetería y alquiló un pequeño apartamento. La vida en la gran ciudad era dura y Ana a menudo se sentía pequeña e insignificante. Pero cada vez que la duda comenzaba a asaltarla, recordaba su sueño.
La adaptación de Ana
Con los años, Ana comenzó a adaptarse. Conoció gente, aprendió a navegar por las calles concurridas y comenzó a comprender el lenguaje acelerado de la gran ciudad. Finalmente estaba empezando a sentirse como en casa.
Fue ascendida, pasó a ser capataz, luego gerente y finalmente directora de una gran multinacional. Su sueño que parecía tan lejano se había hecho realidad.
Y así, una cálida noche de verano, se subió al techo de su edificio de apartamentos. Mirando el cielo estrellado sobre los rascacielos, se dio cuenta de que su sueño se había hecho realidad.
La gran ciudad, con sus desafíos y oportunidades, se había convertido en su hogar. Ana se dio cuenta de que, de hecho, si hay un sueño en su mente, puede hacerse realidad.
Los sueños son más que destinos, son el viaje
Ana también entendió en esa noche calurosa que los sueños no son el destino, sino el viaje. Que el verdadero valor de un sueño no está en su realización, sino en la persona en la que nos convertimos al perseguirlo.
Y así, mientras la gran ciudad dormía debajo de ella, Ana sonrió a las estrellas arriba. Ella era la prueba viviente de que podemos llegar a donde queremos estar. Y sabía con cada fibra de su ser que su viaje no había terminado.
Tenía muchos otros sueños por cumplir. Algunos más grandes, otros más pequeños, pero todos igualmente importantes. Sabía que, sin importar el tamaño del sueño, si existe en su mente, algún día se hará realidad.
Y esa era la verdad más hermosa y poderosa de todas. Fue la verdad lo que me sacó de Brasil y me hizo quien soy en Irlanda, y es la verdad la que puede transformar tu vida. ¡Basta creer!